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Estatua de colón y mujer nativa a sus pies (1860). paseo colón de lima.

12 de octubre, Colón y el debate entre sordos

¿Los monumentos públicos no hablan, no envejecen, no generan preguntas? Carlos Monsiváis

Eddy Romero Meza

Publicado: 2020-10-12

Cada año se repite la misma lluvia de insultos entre prohispanistas e indigenistas, así como los denuestos de los “superados”. Ya desde los mismos años de la colonización, hubo discrepancias y denuncias alrededor de los actos del navegante genovés. El rescate de Colón como figura heroica y gloriosa es un fenómeno más bien relativamente reciente. De hecho, como refiere el historiador Jorge Cañizares, Colón, aquel ignorado y olvidado litigante contra la corona española, en realidad fue recuperado por los autores anglosajones (recuérdese, por ejemplo, los poemas épicos de Joel Barlow, The Vision of Columbus de 1787 y The Columbiad de 1807); y en España recién se lo exalta en tiempos decimonónicos, y se lo enarbola como símbolo de hispanidad, especialmente por la posterior dictadura de Francisco Franco. 

Cristóbal Colón es un personaje que merece una estatua, pero en el puerto de Palos de Moguer en España (de hecho existen), antes que en céntricas plazas de América, o en localidades de mayorías indígenas. Colón es un explorador y personaje sobresaliente que merece un lugar especial en los estudios históricos. Colón, con luces y sombras debe ser reconocido como uno de los personajes de carácter universal. Como señala Tzvetan Todorov: “si toda fecha que permite separar dos épocas es arbitraria, no hay ninguna que convenga más para marcar el comienzo de la era moderna que el año de 1492, en que Colón atraviesa el océano Atlántico” (2003: 15). Sin embargo, “el siglo XVI habrá visto perpetrarse el mayor genocidio de la historia humana” (Todorov, 2003: 15).

Es frecuente leer y escuchar a reputados historiadores negar el término “genocidio”, por no ser riguroso, o por considerarse que los genocidios son solo propios de tiempos modernos o contemporáneos. Absurdamente se considera un “anacronismo” su empleo, y convenientemente se quiere evitar su uso, cuando es aplicable al fenómeno ocurrido en el siglo XVI. De hecho, el historiador británico Roger Crowley, considera que cuando Colón pisó América el 12 de octubre de 1492, este “abrió una era de asesinato masivo por parte de los conquistadores europeos”, por lo cual “es el padre fundador del genocidio en el Nuevo Mundo”. Por su parte, el historiador español Antonio Espino López, autor del libro La conquista de América: Una revisión crítica, declara que: “No se puede hablar de genocidio planificado, pero sí del inicio de grandes hecatombes en el continente americano”. Más allá del calificativo, es innegable que Colón apertura un proceso histórico que supuso el aniquilamiento de pueblos enteros, así como de su cultura (etnocidio).

¿Qué representa Colón y su legado?, pues muchas cosas a la vez, pero principalmente un “Descubrimiento” para Europa, y una “Invasión” para América, que marcó el inicio de un genocidio, exterminio o hecatombe para los pueblos originarios de este continente. Colón fue convertido en un héroe cultural (civilizador, cristianizador), por las élites letradas de España y América. En el caso de América, por élites criollas, blancas y conservadoras. El glorioso descubrimiento, formó parte de la historia oficial, conservadora y prohispanista, una suerte de “historia de los vencedores”, o sea de los descendientes de los colonizadores. Los diversos monumentos a Colón corresponden a estos periodos de gobiernos oligárquicos o aristocratizantes. La respuesta a esto fue la voz de los indigenistas, que legítimamente rechazaron esta memoria histórica impuesta desde arriba. La versión indígena de la colonización, resulta aún hoy incómoda, se le considera como separadora y no unificadora. El relato histórico del “mestizaje armónico”, resulta más funcional a una historia conservadora, defendida por historiadores que se presentan como árbitros imparciales. La “teoría del mestizaje” es profundamente conservadora, e insuficientemente estudiada por los académicos que la defienden (bienintencionadamente) hasta el día de hoy.

Naturalmente, el discurso indigenista buscaba afianzar la idea de “nación indígena”, la cual requería un relato histórico legitimador. Se cayó pronto en cierto nacionalismo cobrizo o antihispanismo militante; la hispanofobia de algunos sectores, opacó un reclamo válido por una historia justa, menos eurocéntrica y más crítica. Ciertamente, los excesos del relato hispanista fueron iguales de odiosos, siendo frecuente (incluso hoy) eso de: bárbaros, salvajes, primitivos y caníbales, que deben agradecer recibir la verdadera civilización (idioma europeo, religión cristiana y cultura occidental).

Volviendo a Colón, resulta contradictorio que los defensores exijan una visión objetiva del personaje, pero solo propongan un relato en clave de gesta heroica, en la mayoría de casos. Los textos escolares, los cuales tienen mayor difusión e impacto que muchas obras eruditas, perpetúan esa imagen. De hecho, en España, el relato sobre la conquista de América, es relativamente breve, y obvia cualquier alusión crítica al tráfico de esclavos que inició Colón desde el primer viaje. Como refiere el historiador Andrés Reséndez, en su libro La otra esclavitud: la historia desconocida de la esclavitud de los indios en América (2016), Colón escribió a los reyes españoles para señalarles que en los nuevos territorios, había muchos hombres de mejor calidad que los africanos traficados por los portugueses. La primera actividad comercial de Cristóbal Colón en el Nuevo Mundo fue mandar a España cuatro carabelas con 550 esclavos indígenas para subastarlos en mercados del Mediterráneo.

... se pueden diferenciar claramente las dos grandes etapas en el desplazamiento del indio americano a Castilla. La primera, que abarca desde 1493 a 1502, en la que el tráfico de indígenas se desarrolla a muy alta escala, alcanzándose las mayores cotas de todo el periodo estudiado, teniendo su explicación en el contexto de la que se ha llamado la factoría colombina, en donde el aborigen fue considerado como una de las grandes riquezas a explotar, como de hecho ocurrió durante los gobiernos del Almirante Cristóbal Colón y de su hermano Bartolomé Colón...(Mira Caballos, 1998: 14-15).

No se espera de los personajes históricos actitudes impolutas, son hijos de su época y los valores reinantes en esos años. Pero tampoco podemos seguir con las narrativas épicas o glorificadoras de antaño. Colón merece estudios, espacios museísticos y producciones cinematográficas, antes que monumentos celebratorios y legitimadores del proceso de conquista-colonización, muchas veces de simbolismo ofensivo. Los monumentos son espacios de memoria, y ejercen una pedagogía cotidiana, donde se busca afianzar una visión del pasado, la mayor de las veces provenientes de la historia oficial. Para el caso americano, las élites criollas descendientes de los colonizadores buscaron legitimar su poder mediante la apropiación del pasado, estableciendo narrativas donde la herencia hispánica ocupaba un lugar central.

Algunos reputados historiadores, buscan presentarse como objetivos e imparciales, afirmando que debemos superar el pasado, reconociendo que somos naciones mestizas, y califican las versiones contrarias o críticas como “trasnochadas”. El problema es que esa exhortación a “superar el pasado”, parte muchas veces de situación de privilegio, y la proclamación de “somos mestizos”, es simplificadora e invisibiliza a las numerosas naciones indígenas, a las que se les impuso históricamente narrativas arbitrarias del pasado. Resulta fácil presentarse como “superados”, y plantarse en un supuesto “justo medio”, haciéndoles ascos a las perspectivas indigenistas, calificándolas de “trasnochadas”. Ciertamente debe rechazarse los maniqueísmos y reduccionismos, los discursos panfletarios y demagógicos de políticos aprovechados; pero no puede descalificarse una reivindicación justa, un reclamo por una memoria histórica más crítica hacia el colonialismo de antaño. Prefiero tomar una posición de indigenismo crítico y autocrítico, antes que abrazar los discursos que se presentan como eruditos e ilustrados, pero simplemente perpetúan discursos históricos de antaño, contrarios a cualquier revisionismo.

El rechazo a las estatuas de Colón, que generaron su retiro o desplazamiento, en los últimos meses, es interpretado por muchos conservadores como un ataque o negación de la historia. Sin embargo, no hay nada más histórico (y lleno de significado), que el derrumbamiento de estatuas o el forzamiento para su retiro. Son cambios de época, de ideas, y de crítica a valores caducos. El colonialismo es una de las páginas más terribles de la historia, y los símbolos cuentan. Algunos dirán que Colón representa más que eso, pero tampoco deja de representar el inicio de la esclavitud, el despojo material y cultural de pueblos y el exterminio físico, en muchos casos de manera sádica e indescriptible. Si hablamos de superar huellas del pasado, imagínense la reacción de los españoles frente a una estatua de Napoleón en Madrid. Los símbolos cuentan, son batallas por la memoria, no se puede esperar una actitud pasiva de los pueblos, sobre todo de aquellos que fueron y siguen siendo oprimidos y humillados.

El Cristóbal Colón histórico (no el de mármol o bronce), merece mejores defensores, los que reconozcan que su lugar no está en plazas o avenidas del continente, sobre el cual inaugura una violenta invasión. Los conquistadores y colonizadores, deben ser vistos desde su condición humana y su contexto histórico, no idealizados burdamente. Una historia crítica no puede desestimar las arbitrariedades de la historia oficial de antaño, esa que levantó estatuas o monumentos, cuyo simbolismo quizás debe ser superado.


Referencias 

Tzvetan Todorov ([1982] 2014) La conquista de América. El problema del otro. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Esteban Mira Caballos. "Indios Americanos en el reino de Castilla. 1492-1550". Temas Americanistas, número 14, 1998, pp. 1-24


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