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Estatua de Cristóbal Colón en Lima (Paseo Colón) y Nativa o mujer india representando a América.

SOBRE HÉROES Y ESTATUAS. LAS LUCHAS POR LA MEMORIA HISTÓRICA (Parte I)*

A propósito del rechazo y ataque a las estatuas de Cristóbal Colón en EE.UU., y de otros personajes históricos.

Publicado: 2020-06-22

Cada época consagra a figuras del pasado, busca instalarlas en la memoria colectiva, pero principalmente consagrar una narrativa histórica, la mayoría de las veces provenientes de las élites. La celebración de los héroes está presente desde la conformación de las primeras sociedades; estos toman aspectos distintos, siendo uno de los más frecuentes, los “héroes culturales” o “héroes civilizadores”. Un héroe cultural o civilizador por antonomasia en la “historia universal”, es el explorador y navegante Cristóbal Colón, quien es concebido como el descubridor e iniciador del proceso civilizador de América. La importancia histórica de Colón es incuestionable, lo que sí resulta discutible es la representación histórica del personaje, quien fue erigido como símbolo continental. Colón portador de la religión católica, la lengua castellana y la cultura europea, es el héroe civilizador que construyen las élites blancas o criollas, representando lo opuesto a la “barbarie” o “salvajismo” de los indígenas americanos. Las luces de la civilización europea se imponen sobre las tinieblas de los tiempos anteriores, signados por el paganismo, el canibalismo y el retraso cultural. Las estatuas de Colón se extienden por el conteniente, así como calles y avenidas, e incluso días de celebración, como el “Columbus day” en Estados unidos. Hoy la destrucción de las estatuas de Colón en ciudades de Norteamérica, pone sobre el tapete la legitimidad de estos actos, que fácilmente han sido reducidos a la categoría de actos “vandálicos” por la prensa, sectores conservadores o grupos abiertamente reaccionarios.

La polémica sobre estatuas, su rechazo y hasta destrucción, es de larga data. Si viajamos al pasado más lejano, en el antiguo Egipto los sucesores del faraón Akenatón se esforzaron por destruir cualquier rastro de él y de su culto hereje, siendo sus estatuas derribadas, buscándose desterrarlo de la memoria colectiva. Mismo destino sufrieron otros gobernantes durante siglos de intrigas, guerras y refundaciones. La iconoclastia (destrucción de imágenes) fue extendida en los tiempos del antiguo imperio bizantino, pero también en tiempo modernos, tal como sucedió en el siglo XVI en el contexto de la Reforma religiosa. Protestantes luteranos y calvinistas destruyeron numerosas muestras de arte sacro; destaca, por ejemplo la denominada “Tormenta de las imágenes” o “Asalto a las imágenes” (Países Bajos, 1566), por la cual protestantes calvinistas, opuestos a las imágenes católicas, destruyeron centenares de estatuas de iglesias y monasterios. En América, los conquistadores hispanos destruyeron numerosas ídolos y esculturas, por considerarlos simples objetos de paganismo, lo cual es historia harta conocida.

La dinámica histórica siempre ha estado caracterizada por el conflicto, destrucción y renovación. Parece ingenuo creer que podemos imponer el preservacionismo, sobre esta dinámica, pero sin duda, se puede avanzar algo en este propósito, como se ha demostrado el último siglo. Sin embargo, a lo largo de la historia, hemos sufrido irreparables pérdidas de monumentos o construcciones, todo ello por factores diversos: guerras, desastres naturales o por disputas ideológicas. Triste resultó para el mundo ver como los talibanes dinamitaron los famosos budas gigantes de Bāmiyān en Afganistán (2001), por considerarlos simples ídolos contrarios al Corán.

A pesar de todo, hay una tendencia a pensar el arte en términos totalmente aislados de lo ideológico. De esta manera, muchos preservacionistas consideran que toda estatua debe respetarse, tanto en su integridad material como en su inamovilidad (1). No cabe duda, que ello aplicaba al caso de los Budas Bāmiyān, y cientos de miles de esculturas monumentales, pero lo cierto es que es un tema más complejo, sobre todo desde la historia política reciente. Pocos o ninguno defendería hoy una estatua a Hitler, como tampoco impedir el derribo de las estatuas del dictador rumano Nicolae Ceaușescu, o del criminal gobernante de Irak, Sadam Hussein, en décadas recientes. Yendo más lejos temporalmente, es insostenible el perpetuar estatuas del rey belga Leopoldo II, en espacios públicos, cuando se sabe que fue el responsable del genocidio de alrededor de ocho millones de congoleños. Existen muchas estatuas de personajes históricos recientes de reputación dudosa, pero también los hay de personajes de demostrada criminalidad. Cabe aquí, la pregunta que incomoda tanto, ¿qué estatuas es legítimo derrumbar? (desplazar o reubicar, si se es políticamente correcto).

Antes de continuar, valdría la pena recordar que, ante todo “las estatuas son archivos urbanos que documentan decisiones pasadas sobre celebraciones públicas. Una estatua no es un documento histórico sobre el pasado que conmemora sino sobre la sociedad que celebra” (Jorge Cañizares, 2020). O sea, el valor de una estatua, no sólo es simbólico, sino que también refleja el espíritu de una época, y nos habla de la sociedad en que surge; así como de las intensiones o intereses de los promotores de esos espacios. En el caso peruano, es interesante por ejemplo, el estudio de las sociedades o comunidades de culto, vinculadas a la creación del panteón de los Próceres; o la instalación de la estatua de Pizarro, en la plaza principal de la capital, durante los años 30s, marcados por la preeminencia de élites criollas hispanófilas.

Por otro lado, la distancia en el tiempo, hace más difícil la interpretación y ubicación histórica de muchos personajes. Es el caso de los conquistadores hispanos en América (siglo XV-XVI), quienes se mueven bajo un marco cultural e ideológico muy distinto al actual. Se trata de hombres de mentalidad casi medieval, autoerigidos como cruzados de la fe cristiana, impregnados por los valores de la sociedad guerrera, y legitimados por leyes que les autorizaban a expoliar pueblos, e instalar diversas formas de esclavitud. No cabe duda que había conciencia del mal, y el remordimiento estuvo presente en muchos, así como la crítica desde personajes como fray Bartolomé de las Casas. No hay mayor problema, en tanto sujetos históricos que respondieron a su época, el problema es el cómo representarlos o presentarlos a las generaciones presentes. En América, las élites criollas blancas, deseosas de establecer una historia nacional, incorporaron a las figuras de los conquistadores hispanos, como fundadores de la nacionalidad. Tal es el caso del Perú con la figura de Francisco Pizarro, o el de Chile, con Pedro de Valdivia. Lo indígena fue concebido como un sustrato histórico anterior, y prescindible para el presente. La concepción de una Hispanoamérica, fundada en la lengua castellana, la fe católica y la cultura occidental, permitió la celebración de figuras como Colón, por ejemplo, tomándose el 12 de octubre como la fecha a conmemorarse en toda América.

En un reciente artículo el escritor peruano Marco Avilés, nos recuerda como la municipalidad de San Cristóbal de las Casas inauguró la estatua del conquistador Diego de Mazariegos (1978), para celebrar los 450 años de la ciudad, “pero no consultó la idea con los vecinos indígenas. Consultar con las personas indígenas o negras no es una costumbre muy extendida entre las élites que ahora gobiernan América Latina (como muestran las estrategias para enfrentar la pandemia), y era peor hace cuatro décadas, cuando muchos países ni siquiera tenían congresistas indígenas o, como en el Perú, les impedían votar a menos que supieran leer y escribir. Un regidor le preguntó al alcalde de la ciudad dónde quería colocar la imagen, según describe Ramírez Gutiérrez. El alcalde, José Jiménez Paniagua, ordenó que la pusieran frente a la “Casa Indígena”, un local de reunión de estas comunidades, como si fuera una provocación. La estatua no tuvo una vida tranquila. En sus breves 14 años de existencia, personas anónimas le rompieron la espada varias veces y hasta la envolvieron en papel higiénico como a una momia de dibujos animados”. (2)

Caída de la estatua del conquistador español Diego de Mazariegos, el 12 de octubre de 1992 en Chiapas, México.

La mayor parte de los monumentos históricos como las estatuas, responden a proyectos concebidos por sectores privilegiados, que han impuesto su memoria histórica en espacios públicos. No nos engañemos, los monumentos ejercen una pedagogía cotidiana, sobre lo que debe recordarse, admirarse, y difundirse. Como sociedades poscoloniales, todavía existe una enorme carga simbólica que hemos heredado. El famoso V centenario del Descubrimiento América fue de especial importancia para exponer estas presencias simbólicas, en muchos casos nocivas y atentatorias contra la memoria de pueblos que padecieron siglos de explotación cruel, racismo y discriminación socio-cultural hasta nuestros días.

El historiador Jean-Paul Zúñiga, consultado sobre la destrucción de símbolos coloniales ha respondido que seguimos esa lógica, en muchos casos habría que derribar buena parte de las estatuas de próceres de las jóvenes repúblicas americanas: “Ahora esto tiene muchos precedentes, no es una cosa moderna hay que pensar por ejemplo en la destrucción de estatuas de reyes durante la Revolución Francesa y más recientemente la destrucción o el desplazamiento a los depósitos de las estatuas del realismo socialista en los antiguos países del bloque del este” (3). Este último ejemplo de destrucción monumental, fue celebrado por sectores burgueses y liberales, que hoy se indignan frente al ataque de las estatuas de sus héroes.

Ante los recientes hechos, como la destrucción de las estatuas de Colón y personajes vinculados a la defensa de la esclavitud en el siglo XIX, en Estados Unidos, finalmente Zúñiga ha declarado: “El peligro es creer que este tipo de acciones tienen un efecto real. La pregunta es saber de qué sirve borrar la las huellas del colonialismo o de la trata atlántica. A mí me parece más bien que es una actitud, vamos a decirlo de forma coloquial, de avestruz. En el sentido de que no es porque algo ya no se ve más que el problema desaparece. Borrar las huellas del colonialismo puede crear una cierta emoción en el momento con la finalidad de marcar las mentalidades pero pienso que sólo una comprensión de los mecanismos de dominación permite el lento trabajo de lucha contra prejuicios que están muy enraizados. Derribar produce efecto en términos de foto y de noticias y proceden de la parafernalia de la acción militante pero no de la investigación científica. Yo pienso que es importantísimo también que se deje el espacio para la acción científica, el poder explicar cómo y porqué ciertas sociedades produjeron por ejemplo el trabajo esclavo que ya existía en las antiguas dinastías chinas, en la antigüedad greco latina y el mundo mediterráneo, durante toda la edad media, los grandes reinos de África centro occidental, en la era moderna, el imperio romano, los imperios coloniales. Hacer amalgamas como las que se han visto en las que se representa a Cristóbal Colón como el apóstol racista conlleva una muy pobre comprensión del funcionamiento terriblemente violento de las sociedades de la época”.

Resulta interesante el punto de vista del historiador, y ciertamente tiene razón en su declaración, pero obvia desde su perspectiva académica, el valor simbólico que en medio de las protestas y luchas sociales tiene el retiro de una estatua que represente injusticias y abusos pasados y de alguna manera vigentes. Piénsese, por ejemplo, en el caso del colonialista inglés Cecil Rhodes, cuya estatua será retirada del campus de la universidad de Oxford, ante la presión y movilización de los estudiantes. O se puede tomar el caso de Chile, donde durante las manifestaciones del 2019, se atacó el monumento al general Manuel Baquedano, protagonista de la “ocupación de la Araucanía”, campaña militar que representó el etnocidio de diversos pueblos indígenas, y la “reducción” del pueblo Mapuche a zonas marginales. Pero quizás, más representativo sea el caso de crueles dictadores (Ceaușescu, Gadafi, Sadam Hussein), cuyas estatuas cayeron y simbolizaron el inicio de una nueva etapa para sus pueblos. Los recientes ataques a estatuas de personajes históricos como Robert Lee, Leopoldo II, Edward Colston, etc., por multitudes indignadas, pueden ser reducidos a simples actos vandálicos, intrascendente para la reflexión y comprensión histórica de fenómenos como el colonialismo y la esclavitud. Sin embargo, como la experiencia lo ha demostrado, muchas veces es el punto de inicio de una reflexión mayor, dentro de la sociedad. Las historias oficiales son cuestionadas, ya no solo por ciertos sectores marginados, sino por un creciente número de ciudadanos que toman conciencia sobre el asunto.

Las luchas por las memorias es un aspecto central en los últimos tiempos. Se cuestiona la narrativa histórica que por siglos o décadas estuvo vigente. Las reivindicaciones sociales y culturales, tienen su correlato en las disputas por la representación del pasado histórico. La polémica estará presente y no debe asustarnos, los hombres de bronce o mármol, se pondrán en cuestión. Los próceres americanos, no están exentos de esta disputa por la instalación de imaginarios históricos.

El patrimonio es una construcción cultural, y naturalmente no es neutral. Como el periodista Mariano Martín ha señalado, es necesario detenerse a “repensar el urbanismo monumental, caracterizado por los “héroes blancos”, lo cual supone una negociación política que no sólo atañe a las políticas patrimoniales, sino también a las bases simbólicas para un tipo de orden social” (4). Los monumentos suelen mitificar el pasado, e invitan a veces, a concepciones esencialistas de la historia. Así, por ejemplo, ante la caída de las estatuas de Cristóbal Colón en USA, seguidores del grupo español de extrema derecha, VOX, ha declarado: “Los terroristas callejeros del #BlackLivesMatter no solo son violentos. También analfabetos. Gracias a Cristóbal Colón y los Reyes Católicos millones de personas se liberaron de la esclavitud, la barbarie y el canibalismo en América.” (5)

Personalmente, no estoy a favor de la destrucción de estatuas o monumentos históricos, incluso de personajes abominables, como algunos mencionados líneas arriba. Pero tampoco me adhiero a las descalificaciones fáciles a las que se han entregado multitudes de opinantes, lectores de titulares tendenciosos de medios conservadores. Comparto la opinión del historiador peruano Rodolfo Monteverde, quien ha declarado recientemente: “Estoy en contra de que los monumentos sean destruidos. Los estados y autoridades respectivas deben ponerlos a salvo y también darse cuenta de que ya la gente no los quiere. Pero sí estoy de acuerdo en que si un monumento ofende y recuerda que mis antepasados sufrieron esclavitud, abusos sexuales, menosprecio de género, etc. y no quiero que mis hijos y nietos lo vean por todo lo que representa, se debe tomar consenso como se hizo en Nueva Orleans, donde el alcalde, consultando a la población, decidió retirar una estatua” (caso del general sudista Robert E. Lee). (6)

No puede negarse que las recientes protestas son legítimas, y sus críticas, justificadas hacia ciertos personajes perpetuados en espacios públicos. Sin embargo, naturalmente, no siempre la razón puede estar de lado de los manifestantes. Dos recientes hechos ponen en cuestión ello, como el ataque a la estatua de Fray Junípero Serra en California, cuyo papel como hombre de la iglesia en tiempos coloniales puede ser discutido (la crítica a la iglesia y sus misiones, es un tema necesario, pero amplio y complejo). Pero el reciente ataque (aunque aislado) a un monumento a Cervantes en San Francisco, resulta inaceptable, y solo concebible en el equívoco de los autores, de creerlo un conquistador hispano más. Aunque ya salieron voces airadas a reclamar por este atentado, se trataría de un acto aislado, sin mayor respaldo. El revisionismo histórico pueril, simplificador y dogmático, no deja de estar presente en estos actos.

Recientemente Jorge Cañizares, ha recordado una verdad incómoda, para los liberales estadounidenses: “Es relativamente fácil desmontar las estatuas de los héroes de otras sociedades. ¿Por qué los norteamericanos liberales se enfocan solo en Colón y los «héroes» confederados? Celebrar a Washington, por ejemplo, es celebrar un régimen racial muchísimo más nocivo que el que Colón estableció en el Caribe. Como Colón, Washington fue dueño de plantaciones esclavas y participó en guerras contra indígenas. Washington se formó en el ejército británico en el gran levantamiento de Pontiac. Como presidente de los USA, Washington abrió el valle del río Ohio por primera vez a pioneros blancos, promoviendo deliberadamente el genocidio de indígenas” (6). Aquí nos vemos frente a uno de los dilemas éticos y de razonamiento histórico, más complicados. Evocar las contribuciones de determinados personajes históricos, celebrarlos y colocarlos en pedestales, o censurarlos omitiendo su valor histórico. Luces y sombras se ciernen sobre héroes, gobernantes y líderes: Pancho Villa, Ernesto el “Che Guevara”, Mandela, Churchill, etc. En el Perú, el ex líder campesino y trotskista, Hugo Blanco, ha sido rechazado por la derecha más reaccionaria, a propósito de un documental recién estrenado. La lucha revolucionaria del personaje es rebajada a simple terrorismo. Ciertamente, para estos derechistas, hasta Túpac Amaru II, debería desterrarse de la memoria colectiva.

Los riesgos de atentar contra monumentos, es claro. Existe legitimidad en grupos para remover a la sociedad, y señalar la injusticia de perpetuar ciertas imágenes en espacios públicos. Pero también, existen casos en que la sociedad puede ser agredida, por sectores negacionistas. Es el caso del monumento, “El ojo que llora” dedicado a las víctimas del conflicto armado interno vivido por el Perú”, el cual fue atacado por grupos de extrema derecha, que niegan las responsabilidades de violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas armadas y determinados sectores políticos.

La indignación ciudadana trasladada a las calles, es necesaria en una democracia. Las protestas, presentan diversas manifestaciones de rechazo a ciertas injusticias. El atentado contra monumentos, es discutible y polémico, pero no censurable perse. Por ejemplo, en los años recientes la corrupción política ha sido particularmente grave en el Perú, llevando a varios gobernantes a ser enjuiciadas. El caso Odebrecht fue el mayor ejemplo de la corrupción de nuestros gobernantes. El cristo del pacífico (réplica del cristo de Río de Janeiro), regalo de la empresa Odebrecht durante el gobierno de Alan García (uno de sus mayores cómplices), todavía se yergue sobre nosotros. ¿Si los ciudadanos peruanos, víctimas de los efectos nefastos de la corrupción, movilizados por las protestas, llegaran a derrumbar esa estatua, eso debería indignar al país? Dejo la reflexión a los lectores.

Volviendo al caso de las estatuas de Colón, resulta decepcionante la reacción y declaraciones de algunos historiadores, quienes conciben que las protestas como simples actos vandálicos e irracionales (en España ya se habla de “estatuafóbia”). Incapaces de aproximarse a la violencia estructural e histórica que padecieron grupos indígenas y afroamericanos, solo lamentan la “pérdida irreparable” de los monumentos o estatuas en cuestión. Desde posiciones de privilegio algunos académicos, rechazan categóricamente la reacción de manifestantes ante personajes como Colón, que para ellos sólo es un protagonista histórico de gran mérito y no un símbolo del colonialismo europeo. Algunos historiadores y periodistas españoles, desde lentes nacionalistas o rezagos de hispanidad militante, son incapaces de reconocer que los símbolos del colonialismo, poco aportan a la construcción de sociedades igualitarias. De ninguna manera se trata de fomentar demoliciones, sino de leer mejor los nuevos tiempos y la necesidad de discutir la pertinencia de ciertos monumentos en espacios públicos. La acusación recurrente de querer borrar u ocultar el pasado, que suelen hacer algunos autores, es solo una burda excusa para mantener las cosas iguales, y no debatir sobre una historia donde nos sintamos representados todos.

Estatua del conquistador Hernán Cortés, sosteniendo el estandarte de Castilla y el cetro de mando, y teniendo bajo sus pies trozos de altares e ídolos aztecas (para otros, pisando la cabeza decapitada de un indígena). Medellín- España.

Finalmente, como apunta el escritor Marco Avilés en el artículo ya aludido: “Tomar el martillo es un también un gesto histórico, como sugería el ensayista mexicano Carlos Monsiváis en “De monumentos cívicos y sus espectadores”, un artículo de hace 40 años que parece haber sido escrito para hoy. “Casi el primer acto de liberación de un pueblo es la destrucción de monumentos a los héroes y caudillos que, instantáneamente, han dejado de serlo”. Pero hay un matiz: este desenlace solo parece lógico en sociedades que no han logrado conversar para decidir de manera abierta sobre la vigencia y destino de esos símbolos. Las estatuas pueden ser reubicadas, intervenidas y se les puede añadir información. O, como propone Claudia Coca, a Colón se lo puede “desarticular, desmembrar, descomponer en sus capas de significado. Desnudarlo y buscarle un lugar para poder estudiar la barbarie de occidente”. Lo peor que podría ocurrir es que hagamos como que esta conversación no existe. Que pretendamos que los monumentos públicos no hablan, no envejecen, no generan preguntas”. Si somos totalmente honestos intelectualmente, creo que esto último es el mejor camino que podemos tomar.


* “Sobre héroes y estatuas. Las luchas por la memoria histórica II”. Puede leerse en el siguiente enlace: https://sociohistoria.lamula.pe/2020/07/03/sobre-heroes-y-estatuas-las-luchas-por-la-memoria-historica-parte-ii/eddy/


Notas:

(1) “En este marco, se recurre a los argumentos clásicos de la política cultural en el ámbito del patrimonio, como la longevidad y tradición de estos monumentos. Según esta lectura, se trataría de acervos públicos cuyo valor trasciende las lecturas meramente contextuales, que no deben ser leídos de forma a-historicista y que poseen una función didáctica. En este marco, la llamada “revolución iconoclasta” ha sido también criticada desde una perspectiva civilizatoria”. https://ctxt.es/es/20200601/Firmas/32564/george-floyd-protestas-monumentos-racismo-edward-colston-mariano-martin-zamorano.htm?fbclid=IwAR1jsKN5MQDFa-HyDG2Pj35rb0m5hS6TFI1lvNOL5Q8eImST6i32o5RAY0Q#.XuqoYLNUWvU.facebook

(2) “¿Qué opinan las estatuas de Colón sobre el racismo en América Latina?” https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2020/06/17/qu-opinan-las-estatuas-de-coln-sobre-el-racismo-en-amrica-latina/?fbclid=IwAR2zg144FVVoMaNS8O-GKT1XY3pBVMe-R6s2bxq0KTMtuh7YOGS4i1BsGoA

(3) “Si derriban estatuas de Colón, deberían derribar buena parte de las de próceres americanos”. Entrevista: http://www.rfi.fr/es/am%C3%A9ricas/20200612-si-se-derriban-las-estatuas-de-col%C3%B3n-deber%C3%ADan-derribarse-buena-parte-de-las-estatuas-de-pr%C3%B3ceres-americanos?fbclid=IwAR0QWV6ofKFfBIIo932wdN_TLAp8WWCeOq6Qm33-HTjDeHBOa0HFW0u5bTs&ref=fb

(4) “Los monumentos caen, pero los pueblos se levantan. Reescritura de la “historia del héroe” en tiempos de #BlackLivesMatter”. En este artículo Mariano Martín Zamorano, también refiere: “La defensa de estos sitios de conmemoración presupone frecuentemente una visión de la cultura entendida como un elemento detenido en el espacio-tiempo. En esta línea, como subrayó Homi Bhabha (1994), la trayectoria colonial británica en la India fue conceptualizada como una historia de superioridad nacional. Dicho enfoque asumía la cultura colonial y la hindú como estáticas, homogéneas y no sujetas a transformaciones e hibridaciones constantes. Por este motivo, las tesis de la hibridez cultural desarrolladas por Bhabha desenmascaran el intento colonial de considerar la cultura en términos de superioridad e inferioridad. La operación ideológica y conceptual de la unidad cultural nacional permite amparar políticas racistas bajo la pretensión de una suerte de relación histórica “natural” y desigual entre culturas. Estas diferencias, cristalizadas en la constitución de identidades nacionales sobre la base de relaciones históricas de dominación, son frecuentemente afirmadas en las ciudades mediante los monumentos a los héroes”. https://ctxt.es/es/20200601/Firmas/32564/george-floyd-protestas-monumentos-racismo-edward-colston-mariano-martin-zamorano.htm?fbclid=IwAR2blXv_GdGfJlN3J_ZoYExgctrHggSPvLg09C0Qn2bIeePNqzNQ0c2YpHY#.XuqoYLNUWvU.facebook

(5) En una extraordinaria respuesta, el historiador ecuatoriano Jorge Cañizares, ha llamado la atención sobre la indignación de muchos españoles ante el ataque y maltrato a la figura de Colón. Y es que, como explica el autor: “A Colón lo recuperaron del olvido los patriotas gringos para celebrar un héroe liberador, encadenado por el rey Católico Fernando, representante del oscurantismo español. Los poemas épicos de Joel Barlow sobre Colón, The Vision of Columbus (1787) y The Columbiad (1807), son escritos sobre prefiguraciones de la modernidad ilustrada descarriladas por la intolerancia ibérica… El Colón que floreció en el XIX y que murió a regañadientes en 1992 fue el hijo de un discurso que al genovés le sería extraño. La comedia de la historia juega con los hombres. Un hombre que prosperó en medio de empresas esclavistas en África, América y Canarias se trasformará en destructor de cadenas. El empresario místico portador de lenguas de fuego en Pentecostés se transformará en avatar de la modernidad secular. El perdidamente equivocado geógrafo se hará emblema de audacia científica. El olvidado e ignorado litigante de los Austrias se convertirá en símbolo del hispanismo franquista”.

(6) “Cristóbal Colón, de héroe civilizador a genocida: ¿Cuál es la historia de su estatua en Lima?” https://elcomercio.pe/eldominical/actualidad/cristobal-colon-de-heroe-civilizador-a-genocida-las-protestas-contra-sus-estatuas-y-la-historia-del-monumento-en-lima-noticia/?ref=ecr

(7) “Autos de fe en ausencia. En la Virginia de Washington no había otro rol posible para los negros sino el ser esclavos. Los Estados Unidos de América se fundaron en un peor pecado”. https://www.abc.es/cultura/abci-jorge-canizares-esguerra-autos-ausencia-202006210139_noticia.html?fbclid=IwAR0sy1GuCVe8fQPHhTPRDg2-w3sxsmW1chE8pqPyXZCxTQaq7rq59lM1fPU


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Socio-Historia

Espacio de reflexión histórico-social. El Perú es a veces un cuento de Kafka pero resulta legible para lo real maravilloso latinoamericano.