La escuela y el abismo frente a los autores clásicos
"El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee". Umberto Eco
Un aspecto sobre el cual poca atención ha existido es el divorcio entre docentes, estudiantes y los autores clásicos del campo de la humanidades. La cultura del resumen (o aún peor del copy paste), el predominio de esquemas en los libros escolares y el auge de las TICs, ha mermado la lectura de las obras o fragmentos de los textos de autores que han marcado nuestro pensamiento colectivo, aportando ideas y reflexiones que perduran en el tiempo. Recordemos que lo que hace “clásicos” a estos autores (filósofos, escritores, científicos sociales), es que podemos volver a ellos siempre y encontrar pensamientos que aún pueden guiarnos u orientarnos en medio de las complejidades de la vida (pos)moderna.
La educación peruana casi ha prescindido de la lectura de los clásicos. La desaparición del curso de filosofía, la reducción del espacio para la enseñanza de la literatura y la historia, la promoción de un plan lector donde los editores filtran obras de amigotes o escritores de ínfima calidad, etc., ha afectado sin duda los antiguos propósitos de la escuela, que era aproximar a los estudiantes a las grandes obras del pensamiento humano.
Frente a un magisterio donde los docentes leen muy poco, y un contexto familiar donde las bibliotecas han desaparecido de los hogares (siendo reemplazadas por pantallas planas), resulta aún más difícil estimular la lectura en los estudiantes e invitarlos a acercarse a los autores que dejaron una huella perdurable en nuestra cultura. Aunque las recientes ferias de libro han arrojado cifras optimistas, distan mucho de ser satisfactorias para una ciudad de casi diez millones de habitantes. Tomando en cuenta además que la venta de libros de autoayuda, best sellers juveniles, publicaciones de turismo, son las que dominan el mercado.
En un interesante artículo dedicado a los autores y obras clásicas, Pablo Hernández, correctamente nos dice que: El clásico de verdad es el que dice tanto del mundo presente en que vivimos nosotros los lectores como del mundo pasado sobre el que escribió su autor. Tal y como escribió Azorín, en los clásicos nos vemos a nosotros mismos e, idealmente, ese «nosotros» nunca cambia. Un clásico no es un libro definido por su tiempo, sino un libro que define a su tiempo; de ahí que muchas veces digamos que por ellos no pasa el tiempo, porque son ellos los que transcurren plácidamente con él.
Por su parte el filósofo alemán Arthur Schopenhauer calificaba a los clásicos como la “literatura permanente”. Es así como Homero, Sófocles, Virgilio, Dante Alighieri, Cervantes, Shakespeare, Víctor Hugo, Baudelaire, Balzac, Dostoievski, Kafka, Hemingway, Mistral, Borges, Virginia Wolf, Vallejo, Paz, García Márquez, Vargas Llosa, etc., constituyen autores que van más allá de la moda pasajera, y cuya obra representa un valiosísimo legado para todas las generaciones venideras. Ítalo Calvino decía que los clásicos “son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”, y añadía que toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
Ciertamente, la lectura de los clásicos requiere calma, concentración y ánimo de diálogo con nuestro pasado. En tiempos de aceleramiento, distracción fácil y presentismo, resulta un gran desafío aproximar a los adultos y jóvenes a los clásicos. El imperio de lo audiovisual tampoco contribuye, en un mundo globalizado donde las luces y estridencias son las puntas de lanza de la sociedad de consumo. “Los clásicos no son fáciles, piden un cierto reposo en la lectura y un empeño por entenderlos a fondo. Requieren, como deseaba Nietzsche, lectores lentos, atentos a los matices y a los ecos. Esa lectura despaciosa, que degusta a fondo el texto, es ya un lujo raro” (Carlos García Gual, catedrático de Filología Griega, 1998).
Todavía recuerdo con gratitud el curso de posgrado de “Teoría social clásica”, que lleve con el sociólogo César Germaná en la Universidad San Marcos. En esa oportunidad abordamos el pensamiento de tres autores clásicos para las ciencias sociales: Karl Marx, Emile Durkheim y Max Weber. Me sorprendió mucho en el transcurso del curso como muchas ideas que había conocido a través de autores contemporáneos, ya estaban presentes en estos autores clásicos, y sin duda eran la fuente original de estas. El curso me fue de mucho provecho en varios sentidos, pero sobre por la posibilidad de entablar un maravilloso diálogo con esos autores, cuyos libros aún puedo abrir en cualquier momento y quedar todavía sorprendido y muy interesado.
El instituto y la universidad en mis tiempos de estudiante, se habían convertido hacia mucho en instituciones resignadas a una formación basada solo en la lectura de separatas de autores que explicaban parcial y hasta arbitrariamente a los clásicos. Fueron años de lectura de manuales y resúmenes, donde casi no cabía la lectura directa de los clásicos: Maquiavelo, Hobbes, Kant, Adam Smith, Hegel, Comte, Nietzsche, Ortega y Gasset, entre otros. Esta demás decir que esa tendencia aún continua a nuestras alicaídas universidades.
Actualmente, como profesor de secundaria me he propuesto acercar a los estudiantes a autores prácticamente relegados de los textos escolares. Un proyecto de aula donde cada estudiante puede elegir a un autor clásico del pensamiento peruano, y leer directamente parte de su obra, conocer su contexto histórico-social, revisar algún estudio crítico sobre la obra del autor y finalmente destacar las ideas que han aportado esos autores al pensamiento peruano, o cómo han reflejado al país a través de sus escritos. Me resulta maravilloso ver jóvenes estudiantes aproximarse, ya no de manera tangencial, sino directamente a autores como Garcilaso de la Vega, Flora Tristán, Mercedes Cabello, Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Víctor Andrés Belaúnde, Luis Alberto Sánchez, Haya de la Torre, Ciro Alegría, Aurelio Miro Quesada, Jorge Basadre, José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Julio Cotler, Flores Galindo, Pablo Macera, Matos Mar, o incluso autores más recientes como Hernando de Soto o Rolando Arellano. Sin duda, el desafío es grande, pero siempre ha sido así en la escuela.
En general, siempre he incentivado que los estudiantes lean diarios, revistas y libros diversos. Pero considero que la escuela es central en la difusión de los autores y obras clásicas, cuya principal característica es su universalidad. Y finalmente, también evitar eso que nos dijera Mark Twain: “un clásico es un libro que la gente elogia pero no lee”.